Juan Pastor Millet. Un camino para la interpretación actoral
Aprender de los maestros
Manuel F. Vieites
Comentamos un libro recientemente editado por la Asociación de Directores de Escena de España y que resulta, en mi opinión, especialmente relevante, en direcciones diversas, de las que voy a destacar tres que creo muy substantivas en un campo tan querido como el de la educación teatral.
Este trabajo último de Juan Pastor bien se puede comentar como una recapitulación tras largos años de intensa actividad como profesor de interpretación en marcos formales y no formales, como director de escena, como director de actores y actrices, y como copartícipe de una de las más interesantes aventuras teatrales de los últimos años en lo que a salas independientes se refiere. Hablamos de La Guindalera, un espacio en el que desarrolla un proyecto de trabajo entre la formación y la creación, que destaca por su rigor y calidad, y de un notable reconocimiento público.
No estamos ante un manual, ni un simple recetario; más bien ante una reflexión sobre el trabajo de la actriz o del actor, en el que el autor va trazando condiciones para iniciar el camino, así como señalando etapas, fases o tareas (procedimientos, recursos, acciones) a realizar en ese caminar, que no tiene otro destino que la escena, y en ella la autonomía personal del creador en todos los frentes. Aquí y allá aparecen ejemplos y referencias a textos como Tres hermanas, Yerma o Bailando en Lughasa, lo que contribuye a facilitar la lectura y asienta la comprensión. Y como base fundamental la necesidad de conocerse y saberse, pero también la importancia de promover saber y conocimiento, y una reflexión permanente sobre el propio hacer. Por eso es tan importante considerar procesos de enseñanza y procesos de aprendizaje. Se enseña, se aprende, enseñamos, aprendemos. Y todo ello sin místicas ni mitemas, utilizando la razón, lo que no excluye la emoción.
En primer lugar destacaría su reivindicación de la idea y el concepto de “maestro”, algo que en otras artes, como la música, es un referente fundamental y en arte dramático algo ya denostado, incluso tenido por antiguo. Y con ella la de respeto, pues seguramente el respeto por los maestros es una buena forma de aprender a respetarnos, o a saber relativizar la propia importancia y aquilatar nuestra historia personal, y a ser dueños (que no esclavos o invitados de piedra) de nuestras esperanzas, deseos o anhelos. Juan Pastor es un profesor, un actor, un director, y un maestro de actores, que se declara abiertamente, y sin complejos, “discípulo” de maestros diversos, desde William Layton a Joanna Merlin, quienes nos llevan a otros maestros, como puedan ser Konstantin Stanislavsky o Mikhail Chekhov. Todo ello supone asumir una tradición y situarse en ella, aunque sea de modo crítico, para así crear un camino propio, para construir un saber y un hacer propios, un método en suma, que es lo que nos traslada en este magnífico libro. Invocando a Aristóteles, nos recuerda que “uno es libre cuando el conocimiento le permite la verdadera superación o negación. El descubrimiento de la pólvora solo sorprende a los que poco saben” (p.31).
En segundo lugar parece muy oportuno cuanto comenta en el capítulo primero en torno a la formación del actor en tanto proceso educativo, lo que demanda tanto educabilidad como educatividad, pues a profesores y profesoras exige “vocación pedagógica”, y en consecuencia interés por la pedagogía como ciencia de la educación, o por la didáctica como ciencia del aprender y del enseñar. Va siendo hora de que tomemos conciencia de que dar clases, cursos, cursillos y pasantías, no nos convierte en “pedagogos teatrales”, pues esa condición, la de “pedagogo teatral”, implica un conocimiento muy substantivo de pedagogía aplicada a la educación teatral, y por eso mismo yo jamás me intitulé de tal, y bien quisiera serlo, pero uno sabe lo que sabe y más aún lo que no sabe, por mucho que en mi doctorado y en mi investigación teatro y educación hayan ido de la mano en tantas ocasiones.
Si interesante resulta su breve referencia a la formación de profesores de Drama o especialistas en Teatro en la Educación, igualmente oportuna resulta su planteamiento en relación a la posibilidad de “especialización” para profesorado de “profesionales de las artes escénicas”. Pues una persona que se dedique a la educación teatral, o a la formación teatral, debiera ser un especialista con sobrada competencia en procesos de enseñanza y aprendizaje, además de un experto en su área de conocimiento en las perspectivas práctica, teórica, metodológica e incluso histórica. Igualmente debiera serlo en investigación, como señalaba en su día Antoni Zabala en un libro memorable (La práctica educativa. Cómo enseñar, 1995). Entre las páginas 25 y 26 reproduce una carta de Andrzej Lapicki (1924-2012), actor y profesor polaco, decano que fue de la Aleksander Zelwerowicz National Academy of Dramatic Art, en la que comenta tres posibilidades para formar profesores que desarrollen un método, con todo lo que implica desarrollar un método en cuanto a aprendizaje, docencia e investigación. Una carta realmente interesante por cuanto propone en beneficio de una educación teatral al más alto nivel en rigor y profesionalidad, y que se enmarca en un conjunto de reflexiones tan oportunas como valientes.
En tercer lugar, destacan, a nuestro entender, algunas consideraciones muy bien calibradas para diferenciar entre el ejercicio pedagógico y la creación, “la dinámica pedagógica de una creativa” (p.245). Dirá que el profesor “se preocupa del crecimiento de la individualidad artística del actor” por lo que todo deberá estar “al servicio de su función pedagógica no de la función del director que atiende a las necesidades del espectáculo” (p.245). En el número 167 de la revista ADE/Teatro, el profesor Roth Lange publicaba un interesante artículo, “La pedagogía teatral en Alemania. ¿Ensayar en vez de educar?”, que tal vez debiera ser objeto de debate para llegar a entender la misión última de la educación teatral, que es la de educar, formar, construir. Y sabido es que en muchos espacios dedicados a la educación teatral la actividad fundamental es el ensayo, no el aprendizaje, ni siquiera el ensayo como oportunidad para el aprendizaje. Un ensayo, puro y duro, repetitivo y demoledor y en el que los estudiantes no dejan de ser una especie da agrupación de maniquíes en las manos de un (supuesto) creador, que en un espacio educativo debiera ser algo más que eso, debiera entender que su rol es otro.
Más allá de la magnífica aproximación al arte del actor y a su enseñanza y aprendizaje, con propuestas en relación a sus fundamentos o sus metodologías especialmente relevantes, este volumen de Juan Pastor Millet es una invitación a la reflexión, individual y colectiva, y, sobre todo, a la deliberación y a la concertación en marcos institucionales como son las escuelas, para imaginar y desarrollar una educación teatral que sea, ante todo y sobre todo, educación, en el sentido más pleno, amplio, abierto y complejo, de la palabra. Por mucho que lo que prime sea la razón instrumental.
Un libro de lectura obligada, créanme. Muy recomendable para alumnado y profesorado de escuelas de teatro, especialmente en las que se forman profesionales de la interpretación o la dirección escénica.