Stop Fascism!
Manuel F. Vieites
(En la imagen Saffiyah Khan le planta cara a un grupo de neonazis británicos, iguales a los que tenemos por aquí.)
Good people, what are we waiting on?
Good people, what are we waiting on?
El pasado 30 de diciembre de 2018 un periódico, que yo sitúo en la derecha extrema, colocaba en primera página el siguiente titular: “Apoyo masivo de los votantes de PP y Ciudadanos al pacto con Vox en Andalucía”. Una noticia muy elaborada, en su redacción, que buscaba señalar que una parte muy importante del pueblo andaluz apoyaría lo que denominan “cambio democrático”, sin mayores tapujos, pese a que en ese supuesto cambio pudiera tener un rol relevante un partido que, en mi opinión, parece que ni acata ni respeta la Constitución de 1978, la misma que a lo mejor un día echamos de menos, la misma que un cretino se pasaba hace años, simbólicamente, por el ano. El acto de toma de posesión de los diputados y diputadas de ese partido, que tanto se me parece a los Guerrilleros de Cristo Rey, en el Parlamento de Andalucía y con el silencio cómplice de no pocos, y entre ellos el de la Presidencia del mismo, constituyó un buen ejemplo de lo que les espera a las instituciones democráticas con esas gentes. Ya sabemos que el apuñalamiento de Bolsonaro fue un montaje.
La responsable del artículo, y la redacción de ese periódico que yo sitúo en la derecha extrema, no han reparado, o seguramente sí, en las implicaciones de la información que se nos traslada. Si hay una parte importante de la población andaluza que apoya sin mayor problema que se facilite la entrada al campo de juego de un partido que ronda los 400.000 votos, eso quiere decir que hay una parte importante de la población andaluza que no hace ascos a lo que ese partido proclama y defiende, incluso asumiendo el pasado de algunos de sus dirigentes, y en el que las sombras dejan pasar muy pocas luces, especialmente en todo lo que atañe a la función pública y al servicio público, y en vivir a cuenta. De no ser así, el titular de Susana Villaverde sería otro. Blanqueo.
¿Cómo es posible? Las explicaciones son de tipo sociológico, antropológico e incluso psicológico, y se podrían explicar con muchas metáforas, incluso echando mano de imágenes reveladoras como aquella en la que varios dirigentes políticos se desgañitaban en Málaga cantando al paso de la Legión una canción que enaltece la muerte, vetusta tradición para ellos irrenunciable que quisieran reconocida por la UNESCO como patrimonio material e inmaterial de la Humanidad (aunque saben del ridículo internacional que provocarían). También podríamos recuperar un hermoso documental de Gervasio Iglesias, Underground, la ciudad del arco iris(2003), que nos muestra la emergencia de una nueva cultura musical en pleno franquismo, y que explicita en imágenes maravillosas, por su potencial heurístico, los principios ideológicos del estado totalitario instaurado por el dictador, aquel a quien en Ferrol llamaban “cerillita”. Y en ese reportaje asoma la trayectoria inmensa del grupo Smash, que, en una de sus canciones más celebradas, We come to smash this time(1971) decían que había llegado el tiempo de dejar de callar (pero en inglés, con lo que no se enteraba ni el motorista del Pardo, a pesar de conducir una Harley-Davidson). En el documental se recuerda como las melenas de Julio Matito, bajista y cantante, o las de Gualberto García, guitarrista, provocaban la reacción airada de muchos viandantes, e insultos articulados y voceados con una palabra clave: “¡maricón!”, la misma que le escupieron a Miguel de Molina o a Federico García Lorca. Odio.
El que un chico llevase el pelo largo implicaba subvertir los principios de aquel régimen autoritario y dictatorial, por cuanto cuestionaba las costumbres y la moral de una visión de la existencia asentada en un catolicismo integrista y preconciliar. Y por eso las personas dichas de bien aborrecían tantas y tantas cosas, como un beso de dos enamorados cogidos de la mano, o el que en la calle un chico de raza negra acompañase una chica de raza blanca, y más aún si la chica era rubia. Y esas mismas personas dichas de bien acudían a misa de domingo haciendo gala de su caridad, al soltar al azar unas monedas en la puerta del templo o en el cepillo que agitaba el monaguillo. Aquella vieja España carpetovetónica, teñida en blanco y negro y en la que la corrupción se convalidaba en oficinas del régimen, se oponía, con toda la contundencia del poder y de la fuerza bruta, a esa otra España que se quería en color y democrática, incluso tricolor. Las dos Españas, sí, porque existen.
Es esa la España atrabiliaria y oscura que emerge ahora en defensa de viejos valores aún muy instalados en el imaginario colectivo, y después de cuarenta largos años de dictadura y tantos años de post-dictadura, que a mí me salen ochenta. Todo ello da cuenta del peso que sigue teniendo en España el pensamiento totalitario asentado en la defensa de una identidad homogénea e impermeable y de una tradición anclada en el Antiguo Régimen. A eso se suma un notable desprecio por la idea de democracia, pero sobre todo en la imposición de una visión de la nación, que, como nos enseña la historia, la antropología y la sociología, es una idea construida, si bien para ellos sea aquella unidad de destino en lo universal, y por lo tanto emanada del mismísimo Dios cristiano que indujo y bendijo su cruzada. Siendo así, la “ruptura de España” supone la ruptura de un pacto con Dios, en tanto España es un Universal sagrado, que pretenden mancillar los nominalistas. Tomás de Aquino frente a Guillermo de Ockham, que en esas estamos. Por eso asoma en tantos discursos la idea de reconquista, de volver a tomar el control de un suelo patrio que se considera sagrado y mancillado. Y entonces asoma el mito del guerrero, a caballo, y con él el símbolo de una mujer que acaba convertida en justo y merecido descanso del tal cid batallador. Pura Edad Media, y de la alta.
Es esa la España que mantiene un culto cierto y documentable al dictador, y a todos sus colaboradores, que se refleja en tantas y tantas cosas, desde los comentaristas y tertulianos que se niegan a condenar la dictadura si no va acompañada de muchas otras condenas (sea la de los científicos que alertan del cambio climático, sea la de José Luis Rodríguez Zapatero como propagador de la Peste Negra en Europa en 1346), hasta las corporaciones que se niegan a retirar del callejero a reconocidos franquistas que en tantas ocasiones fueron los responsables de las fosas comunes que hay a la salida de este o de aquel pueblo. Curiosamente esos que piden olvidar la barbarie que se inicia en julio de 1936, son los que no dudan en revisar la historia entera del mundo en busca de infamias de todo tipo, también las que se le atribuyen, falsamente, a la Segunda República, supuesta fuente de todo mal, aunque tan poco conocida, tan poco valorada, tan ausente del currículo escolar, tan silenciada. La Historia escuece, la igualdad también.
Con todo, hay que decir que esos principios y pautas de conducta en defensa de lo que se considera propio y sagrado, y que tanto encolerizan a un sector de la población mientras otro sector los abraza con pasión desmedida, son los mismos que se aplican en cualquier emergencia nacional, sea en Croacia, Chechenia o Cataluña; sí, Cataluña, digámoslo claro, el país en el que en 1909 fusilaron a Francisco Ferrer Guardia, pedagogo insigne, en una conspiración conjunta de las rancias y reaccionarias derechas españolistas y las rancias y reaccionarias derechas catalanistas (nacionalismos que se retroalimentan en su lucha por la hegemonía), y que alentaron en la prensa escrita su linchamiento, con cabezas tan visibles como la de Prat de la Riba, ahora reivindicado con pasión por un tal Torra. Joan Maragall escribiría un magnífico artículo solicitando su perdón, y Prat de la Riba, director de La Veu de Catalunya, no lo publicó; lo censuró y lo prohibió. Cualquier exaltación nacional exacerbada, irracional por sentimental e instintiva en su negación del otro, provoca fenómenos como aquel que se recrea en Cabaret, la película, cuando en una cervecería rural, un chico comienza a cantar “Tomorrow belongs to me”, y pasa lo que pasa. Billy Bragg, uno de los más lúcidos cantautores del momento actual, proponía una irónica mirada a todo eso en una canción, “Full English Brexit”, que mucha gente entendió como apoyo al Brexit, cuando es todo lo contrario, como se puede ver en otra de sus canciones, “Saffiyah Smiles”. Dos canciones para pensar el presente.
Es esa una España que pide volver al modelo disciplinario en las escuelas, como si fuesen cuarteles de instrucción nacional; que aborrece el matrimonio homosexual; que maldice la aparición de nuevas formas de entender la convivencia en la esfera privada que no se avengan al modelo de familia consagrado por la Sección Femenina; que abjura de que las mujeres puedan ser lo que decidan libremente y sin el permiso de nadie; que se asusta ante tanta gente de tantas razas como transita por nuestras calles; que rechaza emigrantes que vienen de países que hemos desfalcado de forma sistemática durante siglos; que permite barras americanas donde se explotan niñas arrancadas de sus hogares con promesas falsas de una vida mejor; a la que le disgusta profundamente la raza negra y hace chistes en público y privado sobre su ascendencia, o que aplaude con entusiasmo a un futbolista sospechoso de violencia machista. Eso somos, y no tan diferentes de muchos otros países con otras culturas y religiones y en las que se perpetran las mismas infamias, aunque a veces los despreciemos por lo mismo. Volver a la Edad Media, en efecto.
Se ha de decir que ese Dios al que invocan es el mismo que permite que cualquier persona obtenga el perdón inmediato por los más horribles pecados, solo con el acto de la confesión, una magnanimidad extrema que provocó que una parte de la cristiandad abjurase de Roma, y en Europa emergiesen dos éticas bien diferentes, la católica y la protestante. Y sin ánimo de establecer comparaciones entre la una y la otra, sí habremos de decir, al menos, que la segunda, la protestante, es la causante de que una ministra sueca que da positivo en un control de alcoholemia con un 0,2 de alcohol en sangre dimita de forma inmediata, o que un prestigioso y prometedor político alemán abandonase el cargo de ministro tras haber copiado una parte, muy poco significativa, por cierto, de su tesis doctoral. Conductas que, en nuestra querida Iberia, son impensables, y los ejemplos que se podrían dar son muchos, entre ellos las bravuconerías del Tejano Fingido en su crítica a las campañas contra el abuso del alcohol al volante, o el de alumnos y alumnas privilegiados que, sin asistir a clase y saltándose a la torera la ordenación académica, obtienen grados académicos de forma tan providencial. La vieja España franquista de siempre.
Y todo ello tiene que ver mucho con el fascismo y el nazismo, claro. Pero no se trata de utilizar las palabras como piedras que se tiran contra los demás, como un insulto, sino de proponer un método que nos permita calibrar lo que implica el fascismo y el nacismo a nivel de conducta. En 1994 el profesor Umberto Eco publicaba, en The New York Review of Books, un artículo titulado Ur-Fascism, en el que definía, con notable precisión y rigor, rasgos fundamentales que definen esas conductas y que comparten quienes las activan. Catorce rasgos que ahora presentamos, y que no precisan mucha explicación, si bien nos permitamos algunos comentarios:
1. Culto a la tradición, que deriva en tradicionalismo, que proviene de una revelación primordial, que incluso provoca lucha de tradiciones, y como ejemplo las diferentes formas de juzgar las fiestas taurinas en la Península Ibérica, porque las hay buenas (las nuestras) y malas (las de los otros), pese a que en todas el maltrato animal sea más que evidente. No hay ninguna verdad nueva que descubrir, porque ya ha sido transmitida y se debe preservar a toda costa.
2. Rechazo frontal al modernismo, ejemplificado, como fuente de todo mal, en la Ilustración y en el racionalismo, o en la idea de que todo cambia y nada permanece. Irracionalismo.
3. Culto a la acción por la misma acción, y abandono de la reflexión y del pensamiento crítico, sin valorar las consecuencias de la acción, en los otros, en tanto supone una afirmación unilateral del yo y del nosotros, por lo que el mal del otro es un mal menor, un efecto secundario sin mayor transcendencia.
4. Pensamiento monolítico, ante el que la discrepancia es sinónimo de traición, que además busca una visión binaria (con nosotros o contra nosotros), sin posibilidad de escala de grises y ajena al concepto de complejidad. Pensamiento único y débil.
5. Miedo a la diferencia y a la diversidad, y por tanto miedo a la globalización. Rechazo frontal a los otros que vienen del exterior, que manchan un solar patrio que se considera sagrado, lo que genera racismo y xenofobia.
6. Frustración individual y colectiva de unas clases mediasque supuestamente pierden privilegios y ven mermado su nivel de vida debido a la presencia de los otros, los que detraen recursos y riqueza, sin que tengan derecho alguno.
7. Pasión por las teorías conspirativas(síntoma evidente de una paranoia colectiva), lo que implica que los males que padece un país obedecen a un plan preconcebido y ejecutado por sus enemigos, que provienen del exterior y cuentan con el apoyo de traidores internos.
8. Visión bipolar del enemigo, que es a un tiempo fuerte, y por eso padecemos opresión, y débil, con lo que le podremos vencer. Épica del enemigo invencible que solo la unión de los oprimidos podrá vencer.
9. La existencia es un conflicto permanente con el enemigo, porque el enemigo es lo que justifica nuestras posiciones, con lo que no es posible la paz, siendo el pacifismo una rendición, una traición. No es posible vivir en paz, sin enemigos.
10. Elitismo y visión aristocrática del pueblo elegido, frente a los otros, la masa inculta, que solo puede servir como mano de obra, y sin derechos. Una sociedad de patricios implica la existencia de una inmensa masa de plebeyos, cuyo voto ni tiene el mismo valor ni sirve para nada.
11. Culto al héroe, al heroísmo, al sacrifico y a la muerte redentora, y con frecuencia los líderes, en su pedestal, exigen a los “buenos ciudadanos” un sacrificio permanente en defensa de los sacrosantos principios de la causa.
12. Defensa y valoración del macho, y sumisión de la mujer, lo que deriva en machismo, al tiempo que se condenan las conductas sexuales no sancionadas, desde la castidad hasta la homosexualidad.
13. Populismo selectivo, de signo cualitativo, que diferencia entre los buenos y los malos ciudadanos, y en consecuencia entre el Pueblo, que sigue el mandato del Líder, y los enemigos del Pueblo que lo cuestionan. Renuncia al parlamentarismo, en tanto puede ser signo de diversidad e incluso de disidencia, en especial cuando este no sigue la Voz del Pueblo, en realidad la Voz del Líder y de la estructura piramidal de poder que crea.
14. Uso de una “neolengua”, o versión simplificada de la lengua común, con la finalidad de enviar mensajes directos, primarios, y con un fuerte impacto emocional que apela al puro instinto, y tantas veces asentados en mentiras. Supone una forma de uso del lenguaje para controlar la población, su pensamiento y sus emociones, y con frecuencia recurriendo a eslóganes, a frases hechas y a mentiras. Negación permanente de la reflexión crítica.
Decía el profesor Eco que tales características pueden ser compartidas también por movimientos nacionalistas (los “buenos” y los “malos”), por todas las formas de fanatismo, o por regímenes despóticos y autoritarios, y señalaba que a medida que van apareciendo esos rasgos, el fascismo se va armando (como en Hungría, por ejemplo, o como en Italia, con el beneplácito de las 5 estrellas). Y decía también que es preciso estar alerta porque el fascismo puede retornar bajo los más inesperados disfraces, afirmando que nuestra misión es descubrirlos y denunciar esos nuevos modos de actuación, cada día y en todas las partes del mundo.
Por eso quiero terminar con una frase de mi admirado Francisco Ferrer Guardia, de su libro La escuela moderna: “Enemigo de la desigualdad social, no me limité a lamentarla en sus efectos, sino que quise combatirla en sus causas, seguro de que de ese modo se ha de llegar positivamente a la justicia, es decir, a aquella ansiada igualdad que inspira todo afán revolucionario”. A ello dedicó Ferrer Guardia su vida, y con ella pagó su deseo de libertad, fraternidad e igualdad. Y en esta gran circunstancia, que diría Violeta Parra, la conducta valiente de Saffiyah Kahn es un ejemplo a seguir.