Manuel F. Vieites
Publicado en ADE/Teatro, número 173, pp. 186-187.
Lo conocí, a Gustavo, en Santiago de Compostela y en 1985, en un curso de dramaturgia que impartía José Sanchis Sinisterra en el Centro Dramático Galego. Desde entonces hemos mantenido una profunda amistad, que se inicia tal vez por aquella coincidencia en pensar que el relato Casa tomadade Julio Cortázar propone una dramaturgia imposible, pues para ser espectáculo se ha de habitar la casa y sentir su horror, lo que supone instalarse en la aporía (o abocarse a una muerte inimaginable, indescifrable, lo que puede incluso ser peor).
Había nacido en Viveiro, Lugo, en 1959, y en 1981 termina su licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de Santiago de Compostela. Después de cursar estudios de teatro aquí y allá, pero sobre todo en Madrid, y sabiendo que su vocación profesional es la escena, regresa a Galicia y se vincula al colectivo Teatro das Catro Artes, participando en el único espectáculo que producen, Ubúe no outeiro (Ubú en la colina, de Alfred Jarry), que estrenan en 1985. El texto escogido es un síntoma de lo que está por venir.
En 1989 crea, con su compañera Ánxela García Abalo, la compañía Ancora Produccións, iniciando una larga e intensa carrera escénica en la que ejerce las más diversas funciones, desde la dirección a la interpretación, pero también la de autor dramático. Todo comienza con O galego, a mulata e o negro, espectáculo creado a partir de obra homónima de su autoría, que estrena en 1990 y publica en 1991; un texto que recibe en ese año el Premio Compostela al mejor Texto Dramático, primero de una larga serie de galardones que jalonan su intensa trayectoria. Ahí ya emergen algunos de los rasgos que más van a caracterizar todo su quehacer artístico, profesional y vital: ironía, espíritu crítico, inconformismo y pulsión experimental, pero también una visión certera de las causas y efectos de la derrota, la que padecen miles de millones de personas en el mundo debido a los intereses de los gobiernos y de las corporaciones que manejan a su antojo nuestras vidas, como si de una simulación macabra se tratase. Lo es, y no despertamos.
Luego vendrán, entre otros títulos, Ladraremos, Fábula, Anatomía de un hipocondríaco, Footing, Paso de cebra, Sucesos, Taras mínimas, Final de película, Medidas preventivas, Colgados, Pisados, Snaquizados o Isobaras (publicada en su versión castellana en el número 152 de esta revista), además de numerosos textos breves que editan Casahamlet, Estreno o Revista Galega de Teatro. Muchos de ellos serán espectáculos, en los que participa como actor y director, además de productor, que en Galicia de todo hay que hacer para llegar al escenario y vivirlo. Y siempre con su querida compañera Ánxela G. Abalo, otro ejemplo de tesón y entrega.
En todos esos textos y espectáculos dejó constancia de su pasión teatral y de su sentido de la profesionalidad. Creo, honestamente, que si el nuestro, dígase Galicia dígase España, fuese un país europeo en lo que atañe al teatro, Gustavo habría desarrollado una carrera extraordinaria como actor o como director, y del mismo modo su trayectoria como dramaturgo sería más que destacable. Porque si lo que ha logrado en unas circunstancias tan poco favorables al ejercicio profesional es tanto y tan valioso, qué no habría conseguido de ser otras las condiciones en las que en Galicia o en España se intenta ejercer la profesión teatral.
Sobre esas circunstancias Gustavo jamás dejó de expresar su opinión, siempre con firmeza, con vehemencia, con notable rigor. Primero, y nombro espacios compartidos con él, en los Encuentros de Teatro de Galicia y el Norte de Portugal de 1996 y 1997 (cuyas actas recogen los dos primeros números de la revista Ensaio, donde emerge con fuerza su voz tronante), luego en los diferentes encuentros organizados desde el Consello da Cultura Galega (y en algunas publicaciones derivadas de los mismos, como en la obra colectiva Galicia e a Residencia Teatral, o en el Informe para la creación de la Escuela Superior de Arte Dramática), y más tarde en el Foro Teatral de Sada, desde el que se hicieron propuestas especialmente relevantes para el arreglo de los teatros aquí en Galicia. Más recientemente participa en la creación de la Academia Galega de Teatro, una agrupación que lejos de veleidades elitistas trata de proponer medidas que permitan dibujar un horizonte posible para las artes escénicas chez nous, a casa nostra. Recuerdo su permanente recurrencia al mito de Sísifo para explicar como la profesión teatral parece condenada por estos lares malditos a repetir una y otra vez una dura tarea, siendo la piedra enorme ese espectáculo que se estrena una y otra vez, sin solución de continuidad. Algo así planteaba Eduardo Alonso en su obra Ensaio, pues en teatro siempre se está comenzando, nada de lo ya hecho sirve.
Era Gustavo una persona de una muy notable y extensa cultura, y sus inquietudes le llevaron por caminos diversos, pero muy especialmente por la indagación en los territorios de las artes plásticas y de las artes de la imagen. Y en 2006 nos regaló un interesante trabajo titulado Os ollos de Victorine e a construcción da cuarta pared, en el que a partir de una larga y muy acertada reflexión sobre el conocido cuadro de Edouard Manet, Le Déjeuner sur l’Herbe, ofrece una vibrante aproximación a un concepto central en la escena contemporánea. Debiera haber sido su tesis doctoral (habría obtenido un cum laudesin mayores problemas), empeño que abandonó pronto dadas las exigencias de su trabajo escénico y de otras empresas en las que se embarcó con idéntica pasión.
Entre ellas la enseñanza, que ejerció durante años en la Escola de Imaxe e Son de A Coruña, un centro de formación profesional con una notable proyección en el sector, donde impartía clases de diferentes módulos vinculados con la realización de espectáculos, entre ellos el de Guión. Precisamente una de sus últimas obras publicadas, 36 personaxes e un can(2018), que incluye un variopinto conjunto de monólogos, estaba destinado a la realización de trabajos de aula especialmente relacionados con la selección de actores y actrices, pero igualmente pensado para su hijo Muriel, un titulado superior en arte dramático que inicia ahora su periplo profesional y le reclama algunos textos con los que preparar presentaciones y participar en aquellos procesos de selección. Todo un ejercicio de capacidad creativa, pero también de compromiso en todos los sentidos.
Recordaremos los espectáculos en los que Gustavo fue magnífico actor, director muy notable, excelente dramaturgo, o algunos de sus inquietantes y sugerentes ensayos, pero sobre todo seremos memoria de nuestro querido Gustavo por ser siempre un ser humano de los que no abundan: generoso, amable, afable, próximo, cariñoso, extraordinario. El teatro pierde sin duda alguna un creador fuera de lo común, pero todos nosotros, los que le tratamos, perdemos un amigo entrañable, y el mundo pierde una magnífica persona, solidaria, comprometida y crítica. Por eso el dolor no puede ser más crudo, ni más duro. ¡Qué pena siente el alma, amigo mío!