En el siglo XIX cogió fama la denominación de "diputado cunero", aquel tío de Soria que se presentaba por Orense, por ejemplo.
Un autor franquista, primero galleguista, Xavier Prado "Lameiro" escribió en los años 20 del siglo pasado una divertida comedia, A Retirada de Napoleón, que recreaba esa práctica, señalando que esos diputados cuneros no representan a la gente sino sus propios intereses y los de las élites a las que pertenecen.
Pues bien, PODEMOS echa mano de viejas prácticas de los viejos partidos e impone a un MILICO por las listas de Almeria. Además de CUNERO, MILICO. ¿Y las bases? ¿Y la gente?
Mucho cabría escribir sobre esa CASTA, y los que hicimos el servicio militar OBLIGATORIO en los setenta sabemos quiénes son, cuando MILICOS como ese de Zaragoza eran tenientes, capitanes o comandantes. PURA CASTA.
Un MILICO que tuvo muchas responsabilidades políticas cuando la inefable Carmen Chacón ocupaba el Ministerio de defensa y los gastos militares se dispararon.
Muchos callaron, pero hubó quien dijo algo, como este artículo publicado en el número 139 de la revist ADE/Teatro, cuando el MILICO ejercía mando en plaza.
Un MILICO que tuvo muchas responsabilidades políticas cuando la inefable Carmen Chacón ocupaba el Ministerio de defensa y los gastos militares se dispararon.
Muchos callaron, pero hubó quien dijo algo, como este artículo publicado en el número 139 de la revist ADE/Teatro, cuando el MILICO ejercía mando en plaza.
Capitán, ¡mande firmes!
MF Vieites
La
Asociación de Revistas Culturales de España (ARCE) nació en 1983 con la
finalidad de servir de marco de encuentro y desarrollo de proyectos comunes a
un conjunto destacado de publicaciones periódicas que constituyen ejemplos
notables de militancia y compromiso en el campo de la creación y la difusión
del conocimiento en ámbitos muy diversos, lo que permite cubrir un abanico muy
variado de practicas culturales, desde la arquitectura a las artes escénicas, y
desde perspectivas muy plurales. Entre esas revistas encontramos cabeceras
relevantes como Ínsula, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza,
Revista de Occidente, Ritmo, Grial, El Ciervo o Primer Acto, con más de medio siglo de
existencia.
Decir
que esas revistas, y otras que se editan en España aunque no se hayan asociado
a ARCE, son patrimonio tangible e inmaterial es una obviedad. Todas esas revistas,
las de ARCE y las que no están en ARCE, suponen un marco de reflexión, estudio,
divulgación y proyección de nuestras culturas, siempre a partir de un marcado
diálogo intercultural, pues esa es una de las funciones que de hogaño han
desarrollado las revistas de pensamiento, arte y cultura: el diálogo siempre
enriquecedor entre lo local y lo global. Además, todas ellas han tenido un rol
determinante en la creación y el desarrollo de eso que se viene denominando la
esfera pública; espacio de análisis, debate y deliberación en el que la
ciudadanía se construye, al menos en una perspectiva ilustrada y modernista. De
todo ello escribió con su habitual perspicacia Terry Eagleton en La función de la crítica.
Y
es que todas estas revistas, en suma, se han dedicado a lo largo de años y
decenios, en algunos casos casi durante un siglo, a esa noble tarea de hacer
historia, balance, recuento y crítica de la creación cultural, lo que ha
permitido, insisto, generar conocimiento sobre nuestra propia realidad y difundirlo,
pero también apropiarnos de otras realidades y difundirlas. Su función, durante
los largos años de la dictadura franquista, hoy negada e incluso alabada por el
revisionismo premoderno, fue la de crear un espacio en el que las ideas
pudiesen generarse, desarrollarse y circular con plena libertad, y en eso
siguen.
Mediante
un acuerdo de colaboración en su día firmado con el Ministerio de Cultura,
muchas de esas revistas están en bibliotecas públicas y otros centros de
difusión cultural, lo que permite ponerlas al alcance de un notable número de
usuarios que, en buena lógica, no poseen los recursos necesarios para proceder
a subscripciones masivas. Y esa medida también permitió que las revistas
pudiesen mejorar notablemente su edición, al punto de que se podría afirmar sin
rubor que en España contamos con un número importante de revistas culturales de
muy alto nivel, que compiten en rigor y calidad de contenidos con las mejores
del mundo. Nuestra revista ADE/Teatro,
está entre las mejores en su género.
¿Alguien,
en su sano juicio, puede imaginar una forma mejor de proyectar la imagen de
España en el mundo, de contribuir a la creación de esa marca que ahora parece
ser el remedio a tantos males? Y no sólo la imagen de España, por cierto, pues
entre esas revistas hay algunas que se publican en otras lenguas peninsulares,
como el gallego o el catalán, lo que también contribuye a dar dimensión
nacional e internacional a nuestras Comunidades Históricas. ¿Existe un medio
mejor de potenciar nuestra riqueza y diversidad? ¿O es que la marca España se
va a potenciar siguiendo aquellos modelos propios del castizo nepotismo
español, de realizar contratos millonarios a supuestos embajadores culturales,
elegidos casi siempre entre deportistas y cantantes melódicos?
Algunos
claman contras las ayudas y las subvenciones, como si de las mismas los únicos
beneficiarios fuesen los agentes del mundo de la cultura, y no hablo del mundo
de la industria cultural, que es otro tajo y otro cantar. Olvidan, a
conciencia, que las ayudas son tantas y tan diversas que es difícil encontrar
un sector que no las reciba, e incluso algunas sociedades se permiten el lujo
de tener deudas millonarias con Hacienda y la Seguridad Social, sin que
padezcan los tramites ejecutivos que sufre cualquier ciudadano que cometa un
error con su declaración. Hablo del balompié, claro, el deporte que Francisco
Franco convirtió en servicio público. Y olvidan también esas plumas habilidosas
la bonanza que supuso en su día para la prensa aquellos anuncios a toda página
en que cualquier administración pública hacía saber, en esos mismos diarios en
que escriben denunciando el latrocinio supuesto de las gentes de la cultura, la
licitación de una obra, su inicio, su replanteo, su inauguración, su puesta en
servicio, su existencia, su repintado...
Toda
España es un esperpento, y tal vez uno de los mejores ejemplos, de entre
muchos, de la dimensión enorme del despropósito sea ese aeropuerto inaugurado
en Castellón en el que nunca van a circular aviones, aunque haya muchos otros
ejemplos que nos equiparan, en tantos aspectos, a lo que se conoce como
“república bananera”, que es lo que en realidad siempre fuimos, salvo algunos
momentos fugaces en el XIX y el XX. Es curioso que nadie diga nada sobre ese
aeropuerto, tampoco los que claman contra el derroche, los que anuncian multas
y sanciones contra los derrochadores. Son los mismos.
Es
curioso, en fin, que la legislación Española permita que se puedan construir
infraestructuras millonarias carentes de uso y que no se pueda potenciar desde
las administraciones públicas la edición y difusión de revistas culturales, si
bien no deja de ser cierto que las normas que, se dice ahora, impiden conceder
ahora esas ayudas, son elaboradas por personas concretas siguiendo el mandado
de la clase política, tal vez con el claro propósito de eliminarlas. ¿Cómo es
que esos probos funcionarios y notables políticos no hicieron nada ante el
incremento desmesurado del gasto en el Ministerio de Defensa, que genera al
país un compromiso de pagos próximo a los 30.000 millones de Euros en los
próximos años? Y al frente de ese desaguisado desproporcionado encontramos a
los dos grandes partidos del Estado, incluida la mismísima Carmen Chacón, quien
no ha dudado en refrendar una “economía de la guerra” frente a una “economía de
la educación y la cultura”. Las cifras no engañan, y las banalidades siempre
serán banalidades.
Ahí radica la naturaleza del problema. En España se oyen quejas en
torno al gasto que genera la extensión y universalización de la educación
(véase el informe Educación y
Formación Profesional, a
cargo de Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez,
patrocinado por la CEOE), un derecho ya formulado por el Marques de Condorcet
en su Informe de 1792 (y que nosotros
logramos con la LOGSE, de ahí el odio de la derecha a esa norma), o al gasto
que genera la cultura, pero nada decimos del gasto militar, por ejemplo, o de
esa barbaridad que supuso la consolidación de la “economía del ladrillo”, que
generó un espejismo atroz que algunos políticos incluso reivindican como
positivo. Y se critica el gasto en educación y se eliminan de un plumazo
centros y centros de investigación, mientras que las mismas voces que claman
contra el gasto público reclaman, al tiempo, una economía más competitiva, olvidando,
o tal vez ignorando, que la competitividad no reside en el esfuerzo bruto (en
trabajar muchas horas, sin ton ni son; en ese “trabajar, trabajar, trabajar”,
soniquete absurdo del señorito melifluo), sino que reside, más bien, en
trabajar desde el conocimiento, desde su aplicación adecuada y rigurosa, desde
un saber asentado en la experiencia; son esos, exabruptos que informan de la
naturaleza verdadera de nuestra clase política, fuente de todos nuestros males.
Las revistas culturales españolas
se encuentran ante su momento más difícil, las de ARCE y las que no están en
ARCE (y señalo el caso de la Revista
Galega de Teatro, o de La Ratonera,
dos revistas de teatro con amenaza de cierre). Algunas pueden desaparecer de
inmediato, otras vivirán momentos difíciles que seguramente las aboquen al
cierre a medio plazo, y las menos tendrán que subsistir como puedan,
seguramente revisando muy a la baja su proyecto. Y ese tejido, que integra a
tantas y tantas personas que se ocupan y preocupan de nuestra cultura, una vez
perdido, será muy difícil de recuperar. Perderemos así una parte substantiva de
nuestro patrimonio cultural, y esa renuncia al patrimonio cultural y científico
ha sido una constante en España desde finales del siglo XVIII que en buena
medida determina lo que somos y lo que nunca seremos.
Habrá quien reclame los principios
de la libre competencia, de la oferta y la demanda, y uno se pregunta entonces
por qué no se opera con el mismo criterio en todos los campos. ¿Cómo puede ser
que algunas fundaciones de signo liberal, que cuentan con patronos de tan recia
estirpe liberal, permitan que el Estado las financie con cifras millonarias?
Curiosamente, los que más claman contra la tutela del Estado nada dicen cuando
la tutela opera en beneficio propio.
En el fondo, de lo que se trata,
es de eliminar derechos o de convertir los derechos en dádiva celestial (como
hacen varias fundaciones ligadas a sectas religiosas del catolicismo integral),
porque si los gobernantes y los probos funcionarios que les secundan con tanto
arrobo quisiesen eliminar prebendas o aumentar la trasparencia, tendrían, como
vemos, muchos otros lugares en los que intervenir, recuperando para el erario
público cifras de verdadero escándalo, o canalizando las ayudas al desarrollo a
través de entidades no confesionales, que operan desde la solidaridad del ser
humano y no desde el chantaje y el secuestro moral. Pero tampoco debieran
olvidar nuestros gobernantes y esos probos funcionarios que la cultura en este
país aporta el 4% del PIB, y por ello debiera ser considerado un sector
estratégico, como otros sectores que, por ser considerados como tales, reciben
ayudas muy substantivas.
Un Eurofighter Typhoon,
avión de combate, y España se ha pedido 87, cuesta más de 80 millones de Euros,
mantenimientos, repuestos y revisiones aparte. Aviones que se vienen a sumar al
importante número de unidades del modelo F18, más de ochenta, y de otros
modelos como el Mirage francés, y que pronto serán chatarra, pero chatarra millonaria.
Y
ahora, digan conmigo… ¿Revistas culturales? ¿Para qué?