maderne / crítica literaria e teatral... E POLÍTICA

un espazo para partillar críticas, comentarios, reseñas e outros documentos sobre literatura, teatro, arte, cultura..., amenizado por Manuel F. Vieites




miércoles, 25 de mayo de 2016

PODEMOS y la casta. No todos son iguales, pero casi, casi, casi. Gastos militares, generales "Pop/post" y chatarra millonaria.



En el siglo XIX cogió fama la denominación de "diputado cunero", aquel tío de Soria que se presentaba por Orense, por ejemplo. 

Un autor franquista, primero galleguista, Xavier Prado "Lameiro" escribió en los años 20 del siglo pasado una divertida comedia, A Retirada de Napoleón, que recreaba esa práctica, señalando que esos diputados cuneros no representan a la gente sino sus propios intereses y los de las élites a las que pertenecen.

Pues bien, PODEMOS echa mano de viejas prácticas de los viejos partidos e impone a un MILICO por las listas de Almeria. Además de CUNERO, MILICO. ¿Y las bases? ¿Y la gente?

Mucho cabría escribir sobre esa CASTA, y los que hicimos el servicio militar OBLIGATORIO en los setenta sabemos quiénes son, cuando MILICOS como ese de Zaragoza eran tenientes, capitanes o comandantes. PURA CASTA. 

Un MILICO que tuvo muchas responsabilidades políticas cuando la inefable Carmen Chacón ocupaba el Ministerio de defensa y los gastos militares se dispararon. 

Muchos callaron, pero hubó quien dijo algo, como este artículo publicado en el número 139 de la revist ADE/Teatro, cuando el MILICO ejercía mando en plaza.
 
Capitán, ¡mande firmes!


MF Vieites




La Asociación de Revistas Culturales de España (ARCE) nació en 1983 con la finalidad de servir de marco de encuentro y desarrollo de proyectos comunes a un conjunto destacado de publicaciones periódicas que constituyen ejemplos notables de militancia y compromiso en el campo de la creación y la difusión del conocimiento en ámbitos muy diversos, lo que permite cubrir un abanico muy variado de practicas culturales, desde la arquitectura a las artes escénicas, y desde perspectivas muy plurales. Entre esas revistas encontramos cabeceras relevantes como Ínsula, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Revista de Occidente, Ritmo, Grial, El Ciervo o Primer Acto, con más de medio siglo de existencia. 


Decir que esas revistas, y otras que se editan en España aunque no se hayan asociado a ARCE, son patrimonio tangible e inmaterial es una obviedad. Todas esas revistas, las de ARCE y las que no están en ARCE, suponen un marco de reflexión, estudio, divulgación y proyección de nuestras culturas, siempre a partir de un marcado diálogo intercultural, pues esa es una de las funciones que de hogaño han desarrollado las revistas de pensamiento, arte y cultura: el diálogo siempre enriquecedor entre lo local y lo global. Además, todas ellas han tenido un rol determinante en la creación y el desarrollo de eso que se viene denominando la esfera pública; espacio de análisis, debate y deliberación en el que la ciudadanía se construye, al menos en una perspectiva ilustrada y modernista. De todo ello escribió con su habitual perspicacia Terry Eagleton en La función de la crítica.

 
Y es que todas estas revistas, en suma, se han dedicado a lo largo de años y decenios, en algunos casos casi durante un siglo, a esa noble tarea de hacer historia, balance, recuento y crítica de la creación cultural, lo que ha permitido, insisto, generar conocimiento sobre nuestra propia realidad y difundirlo, pero también apropiarnos de otras realidades y difundirlas. Su función, durante los largos años de la dictadura franquista, hoy negada e incluso alabada por el revisionismo premoderno, fue la de crear un espacio en el que las ideas pudiesen generarse, desarrollarse y circular con plena libertad, y en eso siguen.

 
Mediante un acuerdo de colaboración en su día firmado con el Ministerio de Cultura, muchas de esas revistas están en bibliotecas públicas y otros centros de difusión cultural, lo que permite ponerlas al alcance de un notable número de usuarios que, en buena lógica, no poseen los recursos necesarios para proceder a subscripciones masivas. Y esa medida también permitió que las revistas pudiesen mejorar notablemente su edición, al punto de que se podría afirmar sin rubor que en España contamos con un número importante de revistas culturales de muy alto nivel, que compiten en rigor y calidad de contenidos con las mejores del mundo. Nuestra revista ADE/Teatro, está entre las mejores en su género. 

 
¿Alguien, en su sano juicio, puede imaginar una forma mejor de proyectar la imagen de España en el mundo, de contribuir a la creación de esa marca que ahora parece ser el remedio a tantos males? Y no sólo la imagen de España, por cierto, pues entre esas revistas hay algunas que se publican en otras lenguas peninsulares, como el gallego o el catalán, lo que también contribuye a dar dimensión nacional e internacional a nuestras Comunidades Históricas. ¿Existe un medio mejor de potenciar nuestra riqueza y diversidad? ¿O es que la marca España se va a potenciar siguiendo aquellos modelos propios del castizo nepotismo español, de realizar contratos millonarios a supuestos embajadores culturales, elegidos casi siempre entre deportistas y cantantes melódicos?

 
Algunos claman contras las ayudas y las subvenciones, como si de las mismas los únicos beneficiarios fuesen los agentes del mundo de la cultura, y no hablo del mundo de la industria cultural, que es otro tajo y otro cantar. Olvidan, a conciencia, que las ayudas son tantas y tan diversas que es difícil encontrar un sector que no las reciba, e incluso algunas sociedades se permiten el lujo de tener deudas millonarias con Hacienda y la Seguridad Social, sin que padezcan los tramites ejecutivos que sufre cualquier ciudadano que cometa un error con su declaración. Hablo del balompié, claro, el deporte que Francisco Franco convirtió en servicio público. Y olvidan también esas plumas habilidosas la bonanza que supuso en su día para la prensa aquellos anuncios a toda página en que cualquier administración pública hacía saber, en esos mismos diarios en que escriben denunciando el latrocinio supuesto de las gentes de la cultura, la licitación de una obra, su inicio, su replanteo, su inauguración, su puesta en servicio, su existencia, su repintado...

 
Toda España es un esperpento, y tal vez uno de los mejores ejemplos, de entre muchos, de la dimensión enorme del despropósito sea ese aeropuerto inaugurado en Castellón en el que nunca van a circular aviones, aunque haya muchos otros ejemplos que nos equiparan, en tantos aspectos, a lo que se conoce como “república bananera”, que es lo que en realidad siempre fuimos, salvo algunos momentos fugaces en el XIX y el XX. Es curioso que nadie diga nada sobre ese aeropuerto, tampoco los que claman contra el derroche, los que anuncian multas y sanciones contra los derrochadores. Son los mismos.

 
Es curioso, en fin, que la legislación Española permita que se puedan construir infraestructuras millonarias carentes de uso y que no se pueda potenciar desde las administraciones públicas la edición y difusión de revistas culturales, si bien no deja de ser cierto que las normas que, se dice ahora, impiden conceder ahora esas ayudas, son elaboradas por personas concretas siguiendo el mandado de la clase política, tal vez con el claro propósito de eliminarlas. ¿Cómo es que esos probos funcionarios y notables políticos no hicieron nada ante el incremento desmesurado del gasto en el Ministerio de Defensa, que genera al país un compromiso de pagos próximo a los 30.000 millones de Euros en los próximos años? Y al frente de ese desaguisado desproporcionado encontramos a los dos grandes partidos del Estado, incluida la mismísima Carmen Chacón, quien no ha dudado en refrendar una “economía de la guerra” frente a una “economía de la educación y la cultura”. Las cifras no engañan, y las banalidades siempre serán banalidades.

 
Ahí radica la naturaleza del problema. En España se oyen quejas en torno al gasto que genera la extensión y universalización de la educación (véase el informe Educación y Formación Profesional, a cargo de Víctor Pérez-Díaz y Juan Carlos Rodríguez, patrocinado por la CEOE), un derecho ya formulado por el Marques de Condorcet en su Informe de 1792 (y que nosotros logramos con la LOGSE, de ahí el odio de la derecha a esa norma), o al gasto que genera la cultura, pero nada decimos del gasto militar, por ejemplo, o de esa barbaridad que supuso la consolidación de la “economía del ladrillo”, que generó un espejismo atroz que algunos políticos incluso reivindican como positivo. Y se critica el gasto en educación y se eliminan de un plumazo centros y centros de investigación, mientras que las mismas voces que claman contra el gasto público reclaman, al tiempo, una economía más competitiva, olvidando, o tal vez ignorando, que la competitividad no reside en el esfuerzo bruto (en trabajar muchas horas, sin ton ni son; en ese “trabajar, trabajar, trabajar”, soniquete absurdo del señorito melifluo), sino que reside, más bien, en trabajar desde el conocimiento, desde su aplicación adecuada y rigurosa, desde un saber asentado en la experiencia; son esos, exabruptos que informan de la naturaleza verdadera de nuestra clase política, fuente de todos nuestros males.

 
Las revistas culturales españolas se encuentran ante su momento más difícil, las de ARCE y las que no están en ARCE (y señalo el caso de la Revista Galega de Teatro, o de La Ratonera, dos revistas de teatro con amenaza de cierre). Algunas pueden desaparecer de inmediato, otras vivirán momentos difíciles que seguramente las aboquen al cierre a medio plazo, y las menos tendrán que subsistir como puedan, seguramente revisando muy a la baja su proyecto. Y ese tejido, que integra a tantas y tantas personas que se ocupan y preocupan de nuestra cultura, una vez perdido, será muy difícil de recuperar. Perderemos así una parte substantiva de nuestro patrimonio cultural, y esa renuncia al patrimonio cultural y científico ha sido una constante en España desde finales del siglo XVIII que en buena medida determina lo que somos y lo que nunca seremos.

 
Habrá quien reclame los principios de la libre competencia, de la oferta y la demanda, y uno se pregunta entonces por qué no se opera con el mismo criterio en todos los campos. ¿Cómo puede ser que algunas fundaciones de signo liberal, que cuentan con patronos de tan recia estirpe liberal, permitan que el Estado las financie con cifras millonarias? Curiosamente, los que más claman contra la tutela del Estado nada dicen cuando la tutela opera en beneficio propio.

 
En el fondo, de lo que se trata, es de eliminar derechos o de convertir los derechos en dádiva celestial (como hacen varias fundaciones ligadas a sectas religiosas del catolicismo integral), porque si los gobernantes y los probos funcionarios que les secundan con tanto arrobo quisiesen eliminar prebendas o aumentar la trasparencia, tendrían, como vemos, muchos otros lugares en los que intervenir, recuperando para el erario público cifras de verdadero escándalo, o canalizando las ayudas al desarrollo a través de entidades no confesionales, que operan desde la solidaridad del ser humano y no desde el chantaje y el secuestro moral. Pero tampoco debieran olvidar nuestros gobernantes y esos probos funcionarios que la cultura en este país aporta el 4% del PIB, y por ello debiera ser considerado un sector estratégico, como otros sectores que, por ser considerados como tales, reciben ayudas muy substantivas.

 
Un Eurofighter Typhoon, avión de combate, y España se ha pedido 87, cuesta más de 80 millones de Euros, mantenimientos, repuestos y revisiones aparte. Aviones que se vienen a sumar al importante número de unidades del modelo F18, más de ochenta, y de otros modelos como el Mirage francés, y que pronto serán chatarra, pero chatarra millonaria.

 Y ahora, digan conmigo… ¿Revistas culturales? ¿Para qué?





domingo, 15 de mayo de 2016

Tres novas pezas de Santigo Cortegoso, de Ibuprofeno teatro

Santiago Cortegoso

Tres pezas

Manuel F. Vieites


Como sinala o autor no prólogo que antecede os textos, as tres pezas que agora presenta, en edición de Morgante, foron espectáculos estreados por Ibuprofeno Teatro entre 2010 e 2015. Pezas que se escriben, segundo se conta, para explorar a poética da compañía e sempre en función do que a compañía vai xerando nos ensaios nos que se proban, entre outras cousas, as textualidades e as súas texturas. O autor dálle forma literaria ao que nace da parola escénica; o texto agroma da escena, onde colle forma, e ao poeta da compañía corresponde fixalo, quer para establecer o texto do espectáculo que se vai representar, quer para convertelo en artefacto literario, que como tal vai ser valorado pola crítica.

Ora ben, as posibilidades para a lectura crítica do texto son moitas, e neste caso paga a pena transitar polos vieiros da socioloxía, pois nestas tres pezas hai metáforas abondas para considerar algunhas problemáticas sociais, culturais e artísticas que informan do que somos, onde estamos, e do que xamais poderemos ser, pois para selo terían que cambiar tantas cousas que nós mesmos acabariamos por nos esvaecer, para ben da humanidade e da civilización.

Pequenos actos revolucionarios (que non serven para cambiar o mundo pero fan que quedemos máis tranquilos), xa contén unha idea precisa do que se nos quere trasladar, pois como di EL na escena 12, “A revolución é un asunto privado”, que ten máis que ver con comportamentos cotiás que cos roles e xestos circunstanciais, espontáneos, mesmo mediáticos (por simbólicos que os imaxinemos), que teñen como finalidade última coidar un pouco a profilaxe da conciencia. Xa o dicía Harold Pinter ao sinalar que as súas primeiras pezas eran as máis políticas de todas as súas, pois falaban de hexemonía e submisión nos estadios básicos da interacción humana, onde os xogos de poder poden ser máis perniciosos. Traballa aquí o dramaturgo implícito con tres imaxes poderosas: (1) eses actos case conceptuais que non deixan de ser formulacións inocentes de boa vontade sen outra transcendencia que a ducha moral, (2) o ser humano como boneco  manipulable (un clik de Playmobil), e finalmente (3) ese globo inmenso que afoga e amola as nosas vidas sen que nos atrevamos a esfuracalo de vez. Globos cheos de aire podrecido que semellan xigantes invencibles, como aquel Xeneral Rosas a quen Juan Bautista Alberdi dedicou unha das mellores farsas da historia da literatura dramática (O Xigante Mapoulas, publicada por Sotelo Blanco). 

Con todo, a peza das tres que máis interese pode ter no plano sociolóxico é a titulada O furancho, que na súa primeira versión serviu de fío narrativo da gala dos Premios María Casares de Teatro de 2014 (denominación que merecería unha análise delongada, de lembrarmos a Noelia Rofast). Pois ben, a metáfora do furancho para mostrar a realidade do teatro galego pode ser moi acaída, especialmente cando se compara a figura do “teatreiro” coa do colleiteiro que abre ese negocio medio legal para lle dar saída a un produto que para chegar a ser esixe todo un conxunto de labores que fan renxer o lombo e os cadrís. Nesa comparanza, que non se fai explícita pero que resulta inevitable, entre o furancho e a viñoteca, hai moito que cismar para imaxinar o teatro que deberiamos ter, nunha tensión permanente entre o local (que non é sinónimo de neoenxebrismo) e o global (fuxindo da post-mímese paifoca). Un teatro para a revolución nas pequenas cousas de cada minuto de cada hora, lonxe dos discursos todos. 

Escribir á contra

Sabemos ben que os tempos non son bos para a creación artística, e menos para a teatral, un sector onde palabras como emprender ou experimento, na súa acepción máis poderosa e científica, teñen especial relevo e sentido. Pois poñer na escena un espectáculo, diante do público, esixe probar e traballar con múltiples e moi diversas variables, e non todas elas doadas de manipular. Esa actitude aberta e valente que esixe o experimento teatral é a que provoca a mellora e a innovación nas artes escénicas, como mostraron os grandes creadores, fuxindo de receitas e camiños trillados.


Tamén na escrita dramática cabe operar dese xeito, poñendo a proba as maneiras de armar e desarmar historias, como facía o amigo Xulio Cortázar, pero tamén as formas en que os creadores da escena adoitan traballar cos textos para montar espectáculos. Textos que esixan das actrices, das directoras, das escenógrafas, outras miradas e o abandono das rutinas que fan que as artes murchen, que perdan o seu engado, e con el esoutra mirada que precisan para ser: a das persoas que len, ou que agardan, no teatro, o misterio das vidas replicadas. Retos para ser cada vez mellores.

domingo, 1 de mayo de 2016

Teatro Keyzán na Casa das Artes de Vigo. Exposición De re varia 1966-2016

Teatro e patrimonio

Do Teatro Keyzán

Manuel F. Vieites

Unha exclusiva de Faro da Cultura

Ao mellor non lle falta razón ao Méndez Ferrín cando lamenta que a historiografía teatral do país, con todos os seus nomes e apelidos, que son máis dos que parece, non lle teña dedicado atención suficiente a colectivos coma o Teatro Keyzán, que opera en Vigo desde 1966. Certamente son moitas as historias que quedan por contar, e con esas historias agroman os nomes de moitas persoas que fixeron do teatro vocación, profesional ou non, experiencias que nos falan da riqueza dun enorme patrimonio que día a día se vai perdendo; moitas veces material, coma aqueles panos  para teatro nos que Castelao se quería abeirar ao cubismo, e outras moitas inmaterial, coas historias de vida e coa lembranza de tantas mulleres e homes que, contradicindo eu agora ao Manuel Forcadela, promoven o espallamento da cultura teatral, e afirman mesmo con dor, a lingua nosa sen máis compensación externa por veces que un aplauso temperado.

As persoas para as que Méndez Ferrín reclama atención e recoñecemento foron moitas e seguen a ser innúmeras, desde Xaime Quintanilla (e disimulen a insistencia) ata Rodolfo López-Veiga Ponte (1923-1999), que por volta de 1960 presenta Os vellos non deben de namorarse na Praza da Quintana en Compostela. Queda moito por facer, en efecto, e por iso non estaría de máis insistir na necesidade de recuperar aquel Centro de Documentación Teatral de Galicia que se perdeu na cidade do Gaiás, e que tan ben luciría nese lugar que en Vigo denominan “cada das palabras”, pois de palabras está feito o teatro, palabras galegas como as que pronunciara Noelia Rofast, a moza francesa que en 1882 interpretaba o personaxe de Minia no espectáculo A fonte do xuramento, como ten explicado a profesora Laura Tato. Palabras galegas que non pronunciou María Casares, mal que nos pese.

Como memoria felizmente recuperada podemos considerar a exposición que ata o 29 de maio podemos degustar na Casa das Artes de Vigo co título de “Teatro Keyzán, Vigo 1966-2016. 50 anos de creación escénica”, e da que é comisario José Luis Mateo Álvarez. Como lembra na presentación do magnífico catálogo editado polo Concello de Vigo, supón un recoñecemento ao labor desenvolvido por Maximino Fernández Queizán, director da compañía en todos estes anos, amais de actor ou dramaturgo, pero tamén ao realizado pola longa nómina de actores, actrices, técnicos, e creadores, tantas veces gratis et amore, polo ben da cultura, do teatro e da lingua.

No dito catálogo atopamos traballos de Francisco Pablos, Xosé Luís Méndez Ferrín, Manuel Forcadela ou Dolores Miloro cos que se constrúe unha interesante aproximación, breve mais intensa, ao que ten sido o decorrer teatral nunha cidade sempre aberta á cultura e ao teatro; un pasado vibrante do que tantas cousas aínda quedan por escribir, como ben sinala o propio Maximino Queizán no seu testemuño, onde lembrando a Ortega destaca que para comprender o presente e proxectar o futuro non cabe esquecer ou negar o pasado.

Un pasado vivo e esplendoroso na súa paixón pola escena é o que abrolla nesta exposición na que o patrimonio material, conservado con tanto esmero, nos mergulla nese tesouro inmaterial cheo das historias de tantas persoas, tamén as de todas as que vendo teatro ao mellor entenderon os sentidos e os camiños da vida. Unha exposición que dá conta de todo canto se fixo en Galicia para termos un teatro de noso, que mostra unha vontade férrea de evitar que o tempo destrúa as lembranzas máis necesarias e que testemuña a necesidade dese Museo do Teatro que se nos perdeu no Gaiás. Unha casa de palabras, de escenas, de historias…, chea de vida, para construír as historias que con razón reclama o Méndez Ferrín.

A cidade e o teatro

Escribe Abel Caballero Álvarez, nas primeiras páxinas do catálogo da exposición, que o teatro se asenta na memoria das cidades, pois da historia dos teatros que foron e na das súas xentes sempre agroma a historia de todos nós, e velaí temos como na historia do teatro independente de Galicia ou de España, do que Teatro Keyzán é un fiel expoñente, se mostra o mesmo degoiro de liberdade e progreso que nos anos sesenta e setenta se facía sentir en tantas rúas, prazas, e fábricas de Vigo. Voces que berraban democracia e liberdade cando a vida era de pedra.


Pois Vigo sempre foi unha cidade de teatro, xa desde finais do século XIX, e moi especialmente durante o primeiro cuartel do século XX, como ten escrito José Luis Mateo Álvarez en diversos traballos, nun deles para nos lembrar a traxectoria do Circulo Católico de Obreiros, que ocupaba un espazo no centro da cidade no que aínda existe un fermoso teatro, que bo sería recuperar como parte do patrimonio histórico. Outro magnífico espazo para un Museo do Teatro no que recoller, manter e poñer en valor todo ese patrimonio teatral que tanto custou construír. Coma este co que estes días nos agasalla o Teatro Keyzán na casa das artes, para que Vigo siga sendo cidade de teatros plurais e vizoso. Para seguir alentando historias.